Pasión en Canarias

Romance y erótica gay en el libro Pasión en Canarias de la escritora Roma Robles

“Que un helado esté malo tiene su mérito” piensa Mateo mientras se lleva una cucharada a la boca. Si fuese más joven ahogaría sus penas en el vodka más barato del supermercado. pero todavía le dura la resaca de hace dos días y no piensa volver a pasarse la mañana vomitando. Por lo menos, no por el cabrón de Ignasi. Pero el helado no está bueno y no le sacia las ganas, el hambre, la rabia… Tira el bote a la papelera con un gesto de desesperación y se asoma a la ventana. Tenía que haber salido a cenar con Igor, su compañía siempre le hace sentir mejor. O con Teo, que también le ha llamado para invitarle a tomar unas copas con unos amigos empresarios. Pero el redactor no tiene la noche sociable. No quiere ser ocurrente ni divertido, ni siquiera simpático. Solo quiere… buff, ni sabe lo que quiere.

Bajo su ventana, unas farolas iluminan el fondo azul de la piscina, con el logo del hotel en el centro. Es una piscina enorme y a Mateo, de repente, le choca no haberla estrenado todavía. Se acuerda de Sergi nadando en la playa y de Sergi con el pelo mojado y el sol en la cara. Sonríe. Nadar, eso es algo que seguro que le va a subir el ánimo.

Coge la toalla y baja corriendo por una escalera exterior que hay cerca de su habitación. No hay nadie; ni en la piscina, ni en las tumbonas, ni en los bancos rodeados de palmeras. Claro; es más de medianoche. Se da cuenta de que no ha cogido bañador, pero no piensa volver a subir. Se quita la ropa con movimientos rápidos y se lanza al agua de cabeza.

¡Dios! Ese agua templada incluso de noche es justo lo que necesitaba. Recorre la piscina de punta a punta un par de veces, con un estilo mediocre de natación la verdad, antes de tumbarse boca arriba y dejar que su cuerpo flote en el agua. Así sí que desaparecen todas las preocupaciones. Al menos por un rato.

—Mateo ¿estás bien?

La voz lo sobresalta y le hace abrir los ojos. Sergi está en una esquina de la piscina mirándole.

—Claro que estoy bien. ¿Por qué no iba a estarlo? —pregunta desafiante. No está bien, pero no piensa contárselo al primero que pregunte.

—Estás desnudo en una piscina comunitaria a la una de la madrugada —responde el otro mirándole con suspicacia. Mateo se encoge de hombros.

—Estoy desnudo en una piscina a la una de la mañana ¿y qué? ¿Te quieres unir?

—¿Qué? —Sergi da un paso hacia atrás asustado. “De verdad, vaya soso que es este tío” piensa el redactor quien, no obstante, ha recuperado su buen humor. Nada hacia el extremo de la piscina donde está el informático y se apoya en el bordillo de piedra.

—Quítate la camiseta —ordena con voz tranquila.

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