E de expiación

relato erótico e de expiación

—Eh ¿estás bien?

—Déjame en paz —gimo enfadado y disgustado a partes iguales. Termino de secarme las manos e intento esquivarle para salir del baño pero él se pone en medio.

—Venga, no te pongas así. Era una broma —le miro con los ojos enrojecidos intentando controlar las lágrimas. Lo que Sergio acaba de hacer en la oficina, delante de todos nuestros compañeros no ha sido una broma. Ha sido una humillación. Vale, vale. Quizás estoy exagerando. Quizás bromear con nuestra orientación sexual sea su manera de abrirse con sus compañeros, de… enseñarles quién es él. Sin embargo, yo no quiero que sepan quién soy yo. Soy gay, vale, y para Sergio eso ha sido más que evidente desde el primer día. Él lo sabe y yo lo sé. No hace falta hacer bromas al respecto. Ni siquiera hablar de ello. Y menos delante de gente que me odia. Porque estoy seguro de que todos los de la oficina me odian. Pero ese es otro tema.

—Lo siento ¿vale? ¿Me perdonas? —me acaricia el brazo y siento una descarga desde esa zona del cuerpo a mi entrepierna. Le miro asustado mientras doy un paso hacia atrás y sé que él también lo ha notado, pero no dice nada ni intenta acercarse de nuevo.

—No… no hay nada que perdonar—balbuceo con tono de enfado—.. Ha sido un comentario idiota y me ha sentado mal. Eso es todo. Tan solo deja de hacer comentarios idiotas.

Echa la cabeza hacia atrás y mira al techo del baño con cara de desesperación.

—Esto… a ver cómo te lo explico… estaba coqueteando contigo.

La mandíbula se me cae presa del estupor. ¿Este hombre se ha vuelto loco o qué? ¿Piensa seguir riéndose de mí?

—¿Cómo dices? —consigo preguntar con la boca seca.

—El comentario idiota, era mi forma de coquetear contigo. Te estaba tirando los trastos. Pensé que te haría gracia pero me equivoqué. Te pido perdón, está claro que estoy desentrenado porque he hecho muchas cosas, pero tirarle los tejos a alguien y que se marche al baño casi llorando no me había pasado nunca.

No me fío un pelo. Le miro con los brazos cruzados sin acercarme un milímetro. El administrativo alto y guapo coqueteando ¿conmigo? me está tomando el pelo o este es el mundo al revés.

Como no digo nada pero tampoco me marcho en estampida, Sergio da un tímido paso hacia donde me encuentro.

—De verdad que… lo siento mucho. —afirma.

—Eso ya lo has dicho —protesto yo incómodo, arrepintiéndome al instante de ser tan borde. Él asiente con calma.

—Tienes razón, ya lo he dicho —se muerde los labios y examina los azulejos que hay a mi espalda como si estuviese intentando encontrar la solución a un problema muy complicado —. Quizás lo que corresponde ahora es que deje de decirte cuánto lo siento y haga algo para demostrártelo.

Se acerca a mí y vuelve a tocarme el brazo con las puntas de los dedos. Yo siento cómo el vello se me pone de punta, pero esta vez no me aparto.

—Métete en ese baño conmigo —me pide.

Le miro sin comprender y él se encoge de hombros.

—Te he hecho sentir mal —dice con una voz que me recuerda al ronroneo de un gato—. Si me das la oportunidad, ahora puedo hacerte sentir muy bien.

Baja su mano y me toca el paquete. Sin medias tintas. Sin contemplaciones. Su mano en mi entrepierna. Y no puedo decir que me desagrade.

—Estamos en el trabajo…—esta frase, dicha a media voz, es el mayor reproche que me sale mientras su mano sigue ahí. AHÍ.

Me agarra con suavidad y me mete en la cabina del baño. Es estrecha, como todas. Apenas sitio para dos hombres como nosotros de pie. Me sienta en el inodoro y se arrodilla frente a mí.

—Quiero demostrarte lo mucho, muchísimo que lo siento —sus palabras van dirigidas a mi polla, que palpita dura contra mis pantalones desde que le he seguido allí dentro. Me la saca con habilidad y parece olvidarse de todo lo demás. Yo solamente puedo mirarle atónito mientras él empieza a darle pequeños lametones en el glande. Gimo, pero me esfuerzo por mantener los ojos abiertos. Quiero ser consciente de todo lo que está pasando.

La chupa del tronco hasta la punta, por todas partes, y luego empieza a masturbarla con un ritmo lento.

—¿Te sientes mejor? —me pregunta mirándome directamente a los ojos. Yo trago saliva y asiento con la cabeza una y otra vez. ¡Esto es la ostia! Sergio sonríe al verme la cara y baja la voz hasta convertirla en un susurro.

—Pues todavía queda lo mejor.

Se la mete en la boca y empieza a chuparla como nadie me la ha chupado nunca. Como ningún ser humano la ha mamado nunca. Jamás. Se la mete entera dentro sin que parezca suponerle un esfuerzo y descubro que es uno de esos hombres a los que les encanta. A veces te encuentras con hombres así. Hombres que disfrutan como enanos comiéndose un rabo. Es algo raro, normalmente solemos ser más egoístas y preferimos que nos hagan a hacer. Pero hay unas pocas raras avis a las que no. Y cuando te toca uno de esos, puedes considerarte el hombre más afortunado del mundo.

Me hace tocar cielo, no tengo otra palabra para describirlo. Él chupa y chupa; yo me esfuerzo por contener los aullidos de placer que se aglutinan en mi boca; su cabeza sube y baja sin darme tregua y finalmente tengo que rendirme y cerrar los ojos. Cuando me corro, doy gracias por estar sentado porque estoy seguro de que, de lo contrario, me habría caído al suelo. Aprieto fuerte los labios para que no me escuchen gritar y la potencia del orgasmo, al no poder salir por la boca, me sale por la piel, dejando mi cuerpo temblando.

Sergio se levanta y me agarra por la nuca. Me da un beso largo y lento, un beso que sabe a mí. Me dejo llevar y se lo devuelvo, agarrándole las mejillas con las manos. Es él quien tiene que separarnos, porque yo he perdido completamente el concepto de cualquier cosa: ni el tiempo, ni el trabajo, ni la reflexión sobre si lo que acabamos de hacer está bien o mal tienen cabida en mi cerebro ahora mismo. Ya la tendrán. Ahora estoy en una puta nube.

—¿Dirías que he expiado mis culpas? —sonríe cerca de mis labios y yo me derrito por dentro.

—Claro —susurro como un bobo, todavía intentando recuperar el aliento.

—Bien —se incorpora y espera a que me vista antes de abrir la puerta —. Pues como el coqueteo casual no me ha funcionado ¿quieres venir a cenar esta noche a mi casa?

Ni en un maldito millón de años pienso decirle que no.

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