
Extracto del relato ‘Los chicos del capitán’
Encendió el televisor. La pantalla emanaba una luz suficiente, por lo que decidió no encender la lámpara. No es que pensara que Rubén estaba dormido. Seguramente estaría actualizando sus redes sociales o hablando con alguno de sus muchos amigos “demasiado-guays-para-ser-reales”. Aún así, le pareció una descortesía arriesgarse a despertarlo, al fin y al cabo estaban en un viaje de trabajo.
¿Cómo narices se llamaba la película que le había recomendado Silvia? Era sobre un capitán en la Segunda Guerra Mundial. La protagonizaba ese actor rubio que volvía loca a su amiga. “Buenísima” y “muy romántica” había dicho. Era algo así como “La legión del capitán” o “Las lágrimas del capitán” o… Probó a escribir “capitán” en la búsqueda. Dos resultados. Bien. No debería ser difícil. “Capitán de honor” ¡Esa era coño! La segunda opción es “Los chicos del capitán”. No le sonaba, pero desplegó la sinopsis para asegurarse. Al hacerlo, una fotografía bastante explícita de dos hombres en uniforme militar semidesabrochado apareció en la pantalla. No le hizo falta leer la sinopsis. Era porno gay y del cutre, nada menos.
Le dio a “reproducir” sin saber muy bien por qué. Comenzaron a sucederse escenas. En la pantalla un capitán, rubio pero definitivamente no el actor que le gusta a Silvia, había sido asignado para aleccionar a tres jóvenes soldados. El capitán no se andaba con chorradas y a los cinco minutos de metraje ya les tenía a todos desnudos, con los torsos sudados y sus exquisitas nalgas de caramelo bien expuestas a la cámara. La entrepierna de Gabriel comenzó a cosquillear y se palpó distraídamente por encima del pantalón.
Los chicos del capitán estaban ahora a cuatro patas, enseñando a la cámara un primera plano de sus muy depiladas entradas mientras el capitán les azotaba con un látigo de nueve colas para demostrar a los rebeldes soldados quién estaba a cargo. Ellos fingían remordimiento pero estaba claro que disfrutaban de lo lindo con la situación. Sus pollas, de un rojo furioso, estaban durísimas, impacientes por un poco de atención.
Miró hacía atrás para asegurarse de que la puerta estaba cerrada. Su polla pulsaba con fuerza dentro de los pantalones y se los desabrochó para dejarla en libertad. Comenzó a masturbarse mientras el capitán introducía un grueso dildo dentro del perfecto culo de uno de los soldados, que gemía con gusto mientras lo recibía. Muy despacio. Dentro y fuera.
—¡Vaya! Esta sí que es una buena peli. No puedo creer que no la haya visto. —la incrédula risotada de Rubén resonó en toda la habitación mientras el inesperado invitado miraba alternativamente a Gabriel y a la pantalla, donde el capitán seguía impasible a lo suyo.
—¡Joder! —se le escapó a Gabriel mientras trataba de volver a guardarse la polla en los pantalones a la vez que apagaba la televisión.
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