
Su polla le penetra de un golpe y Adán contiene la respiración. Fonso está muy excitado y agarrándole por las caderas lo taladra una y otra vez. Adán gime y se masturba mientras el otro le da placer por detrás, hasta que las embestidas se vuelven más rápidas y erráticas. Con un gruñido ronco Fonso se corre dentro de Adán, dejándolo empapado.
—Buff, ha sido bueno —dice el chico tumbándose en la cama a recuperar el aliento.
Adán se da la vuelta confundido. “¿Ya?” es lo que piensa pero, evidentemente, no se atreve a decirlo.
—Fonso —murmura.
—Mmm… ¿qué? —pregunta el otro distraído sin abrir los ojos.
—¡Fonso! —reclama zarandeándolo de un brazo. Fonso abre los ojos al fin con un gesto de fastidio.
—¿Qué? —repite.
—¿Hola? —dice Adán señalándose la entrepierna, que permanece dura y apunta a su compañero de cama.
—¿No te has corrido? —pregunta el chico de barba extrañado.
—¿En treinta segundos? No —el sarcasmo de Adán empapa el ambiente de la habitación.
—Bueno… no sé… pues hazte una paja o algo. ¿Qué quieres que yo te diga?
Adán mira ojiplático como el otro vuelve a tumbarse. Soltando un bufido se levanta y se va al baño. Coge un poco de papel higiénico y se masturba con brío mientras se imagina rodeado por dos hombres musculados que le complacen de todas las maneras posibles. Cuando el uno toma su polla en la boca y el otro le mete los dedos acariciando su próstata una y otra vez haciéndole poner los ojos en blanco, un espeso chorro de semen escapa a la palma de su mano, dejándosela pringosa. Se limpia con el papel y un poco de agua y vuelve al dormitorio.
Fonso se está vistiendo ya con su elegante traje italiano. Mira con escaso interés el cuerpo desnudo de su amante.
—Mira —dice ladeando la cabeza como si Adán fuese uno de esos niñatos a los que da clase en la universidad —esto no es una peli porno. No puedes dejar todo tu placer en mis manos y enfadarte luego si no te corres. Llevo una semana de mierda, estoy agotado y lo último que me apetece es una histérica montándome un numerito.
—¿Numerito? —repite Adán pensando en las cuatro estocadas escasas que el otro le ha dado antes de correrse.
—Sí, numerito. Y disculpa pero me tengo que ir, que mañana trabajo. —Fonso se ha puesto los zapatos y enfila hacia la puerta. Cuando llega a la altura de Adán le da un breve beso en los labios. —Te llamo el fin de semana ¿de acuerdo?
Adán está a punto de decirle que se vaya a tomar por culo y no le vuelva a llamar en su vida. Pero no se lo dice. Como nunca le dice nada. Fonso se marcha del apartamento con una sonrisa satisfecha en los labios.
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